Centros de datos de la compañía tecnológica Google situados cerca de Atlanta (EE UU). |
Es española, de mediana edad. Se levanta a las siete de la mañana. Activa su teléfono móvil para comprobar el correo electrónico. Las luces de un servidor parpadean a kilómetros de su casa. Mientras lee las noticias en su tableta, navega por Internet y apura su taza de café, otro disco duro registra cada clic en sus tripas informáticas. Los algoritmos de Google –cuyo navegador es el más usado en el mundo– registran cada migaja de información en sus máquinas: qué páginas ha visto o leído y a qué hora exacta, qué videos ha visionado, dónde se encuentra la usuaria. Nuestra protagonista tiene una presentación en la oficina y repasa el último borrador en su flamante iPhone. Una copia se almacena automáticamente en la nube. La nube no es algo etéreo: miles y miles de servidores se apilan en armarios descomunales. Discos duros refrigerados dibujan pasillos larguísimos en funcionamiento ininterrumpido dentro de búnkeres a prueba de terremotos y envueltos en un monocorde ruido que rompe el silencio... (para seguir leyendo haced clic AQUÍ)
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